Todo lo que tienes es lo que nunca puedes perder

Las grandes religiones no llegaron a ser tan poderosas porque fueran impuestas por propaganda o publicidad, sino por la sabiduría a escala humana que aún hoy siguen ofreciendo. Como en el siguiente cuento judío, que recuerdo en su esencia más o menos así:

Cuentan que tres hombres estaban un día en un cruce de caminos. No tenían nada, ni hogar, ni familia, solamente unos harapos. Empezaron a hablar. «Si pudierais pedir un deseo ahora mismo, ¿qué pediríais?», dijo uno. «No lo sé, tantas cosas…», respondió otro. «Yo lo tengo claro», contestó el tercero. «Si pudiera pedir un deseo, quisiera ser rey del reino más extenso y rico, tener un castillo de oro con joyas colgando de cada pared y almena, una camisa nueva y limpia, los mejores caballos del mundo cabalgados por los jinetes más hábiles, los soldados más fuertes y valerosos, la esposa más bella y los hijos más despiertos, que otro rey me declarara la guerra, perder la guerra, que el castillo fuera invadido y todos asesinados, conseguir escapar a pie». «Pero ¿qué clase de deseo es ese? ¿Qué habrías ganado con todo eso?», preguntó el primero. «Habría ganado una camisa nueva».

Moraleja: no busques el dinero ni el poder, porque siempre estarás expuesto a perderlos. Incluso en la Europa del siglo XXI sigue viva la amenaza de quedarse sin nada de un día para otro. Atesora sólo aquello que puedas llevar siempre contigo. Haz amigos, lee. Cosas así.

WALKER: El mágico mundo del imperialismo estadounidense

(Walker, 1987, Alex Cox)

1. ¿Cómo ve los países a invadir el invasor estadounidense? William Walker, puritano de molde de mediados del siglo XIX, recibe el encargo de tomar Nicaragua. Se lo piden por motivos comerciales; él lo hace porque cree sincera y profundamente que es su misión, como ciudadano del pueblo elegido, extender la democracia a los pobres infelices subdesarrollados que viven oprimidos. Ni su propuesta de retomar la esclavitud, ni cosas como ponerse a devorar ritualmente las entrañas de un moribundo, reducen un ápice su integridad y su porte. Quien tiene razón, tiene razón. Y más aún si sabe que la tiene. Desde Europa se suele creer que las invasiones norteamericanas, sobre todo la de Irak, son por intereses económicos. Algo hay, claro, pero casi más fundamentales son las motivaciones ideológicas, entrampadas con una noción religiosa de destino y de lucha contra el mal. Desde esa superioridad política y moral que les da el haber sido tocados por Dios, los Estados Unidos imperialistas ven el resto del mundo como una serie de aldeas desperdigadas que necesitan su ayuda para salvarse y llegar al nivel de la humanidad digna. Una aldea como la que se ve en Walker. Ese mercenario de altísimos valores va acompañado de un ejército de un total de 58 personas («los Inmortales de Walker»), y con ellos toma sin mayor problema, o eso cree negando la realidad, el país. Ese grupo militar de borrachos y presidiarios conquista una Nicaragua que aparece como un abrevadero de Peckinpah, una nación habitada por unos 75 morenitos, la mitad de los cuales son morenitas despechugadas esperando ansiosas a que lleguen los gringos a sobarles el trasero. William Walker, por su parte, una vez convertido en presidente nacional de esa plaza arenosa, comienza a tomar tintes no sólo legendarios sino mitológicos y a elevarse más aún de la realidad en pro de su misión. Cree de verdad que ese agujero polvoriento es la tierra prometida, porque allí es donde su triunfo le está terminando de confirmar que está tocado por la Gracia. Nicaragua, o para el caso cualquier otro pueblucho, es la recompensa. La perspectiva de la película toma una escala que parece municipal para contar la historia de todo un país, pretendiendo que todo ese país está contenido en esas tres calles, reflejando apropiadamente la opereta que puede ser la guerra de invasión. Todo lo que se ve es una perfecta alegoría de la visión imperialista estadounidense del mundo inferior. Invadamos esos poblados de indios semianimales con nuestro Elegido. Nos necesitan. El hombre de Dios interioriza tanto los valores divinos que acaba transformado en el mismo Dios y la opereta cambia a tragedia o a un ridículo todavía mayor, si no todo a la vez.

2. Hay obras cuya conclusión obliga a repensar todo lo que la ha precedido, dándole un sentido mucho más complejo. Walker tiene uno de los finales más inteligentes y desarmantes de la historia del cine, poca sorpresa viniendo del glorioso concluyente Alex Cox. Una novelita del pasado, inspirada en hechos reales, se materializa de golpe como una realidad actual. La extravagante alegoría psicotrópica y antiimperialista muta, in your face, en algo que está ocurriendo hoy y que ocurrirá mañana. De marciano western político a brutal denuncia. Prueba palpable e incontestable de que la crítica social más salvaje y eficaz no tiene por qué ir de la mano con la seriedad ni el rigor. La lucidez de la verdad va más allá del tono que adopte el discurso. La integración total del pasado en el presente, la realidad indudable de esta relación, se apropia de la pantalla que acaba de pasar y de la que estamos viendo. La traspasa y la ficción llega al sofá en forma de auténtico y combativo noticiero.

Me río en tu puta cara, cerdo capitalista

1. En el imprescindible documental The corporation había una historia especialmente chocante. Un grupo de activistas iba a casa del CEO de una multinacional para protestar, armados de carteles y de consignas. Nada más llegar, se sorprenden de que el sitio, en un tranquilo pueblo, es de lo más humilde. No es más que una vivienda unifamiliar con su jardincito, nada de una ostentosa mansión o un ático de superlujo en la capital que, sin duda, el director ejecutivo de la compañía se puede permitir. Aun así, siguen adelante con su plan y se atrincheran beligerantes frente a la casa. El hombre sale con su mujer y resulta ser un matrimonio de lo más normal, hasta entrañable. «Queremos hablar con usted», increpan. «Pues hablemos», responde amablemente. Y se tiran horas dialogando en el jardín, animada la conversación de vez en cuando por las pastitas y el café que trae la señora. Tanto los jóvenes enfadados como el poderoso jefe de la malvada empresa se dan cuenta de que tienen mucho en común. Aspiran a un mismo mundo mejor. Pero el CEO, dice, no puede hacer en realidad mucho más que ellos, ya que se ve constreñido por la implacable maquinaria del sistema. Aun así, se esfuerza y trata de ayudar a la sociedad en la medida de sus posibilidades.

2. Las películas antisemitas del III Reich mostraban a los judíos como unos seres diabólicos, que sólo se movían por su propio interés. Corrompen con riquezas a los mandatarios, violan a las inocentes jóvenes arias, desprecian y oprimen al pobre pueblo. La propaganda colaboraba a distanciar a los judíos de los «Nosotros» que eran los alemanes, alejándolos del concepto de humanidad y facilitando así enormemente su destrucción. No eran hermanos humanos, eran animales. Muchas películas de Hollywood, desde cine infantil disneyoide hasta aventuras de acción seagaliana, enseñan a los poderosos empresarios como unos seres diabólicos, sin ningún resto de bondad ni compasión, movidos por su propio interés. Corrompen a los ayuntamientos para que les dejen construir, o para que no cierren su piscina pese a la amenaza de pirañas mutantes, o les untan para destacar el diminutivo -illo del desastrillo medioambiental que puede provocar su proyecto comercial. Son malos, malos. Malos absolutamente. Malos de película. Curiosa propaganda viniendo del corazón del malvado imperio del capital, ¿no?

3. Los judíos pueden ser personas, pese a lo que dijeran y creyeran los nazis. Los empresarios sin escrúpulos pueden, después de todo, tener escrúpulos y algunos valores. Por muy convincente que queramos que sea su caricatura porcina. Los israelíes son personas. Los CEOs son personas. Los nazis eran personas. Nosotros podemos ser muchas cosas pero, ante todo, personas. El enemigo no es el ser humano, sino la idea. Matar a Hitler habría estado bien, pero había unos cuantos que podían haber continuado su proyecto. Si alguien hubiera asesinado a Stalin en los años 30, ¿habría cambiado mucho la mísera vida de los millones de soviéticos que aún quedaban? ¿Cómo es posible que Hollywood, baluarte de la propaganda estadounidense, tire piedras contra su propio tejado? Porque, por mucho que el neoliberalismo sea inhumano y bárbaro, los que lo aplican siguen siendo humanos. Y, en algunos casos, es posible que incluso se sientan mal de vez en cuando, o sufran al sentirse impotentes por no poder mejorar las cosas. Puede que al líder farmacéutico le duela a veces que mueran enfermos niños que podrían curarse. Puede que a los megaempresarios no les gusten los empresarios aunque ellos lo sean, como los más modernos son los que más odian a los modernos. ¿Que la mayoría son unos hijosdeputa? Vale. Sigue habiendo opresores y oprimidos. Y hay que luchar contra eso. Pero todos somos igualmente humanos, y cuando se destruye a un ser humano, sea caricaturizándolo, regicidizándolo, odiándolo por el mero hecho de pertenecer a un arquetipo de ser humano que nos hemos inventado, cuando ocurre eso se pierde la fuerza moral. Si se pierde la fuerza moral, la lucha no tiene sentido. Aunque se gane, si se hace a costa de otros seres humanos (judíos, empresarios), ¿merece la pena ganar? ¿No es mejor perder, pero hacerlo con dignidad?



4. La cínica campaña contra la crisis de Esto lo arreglamos entre todos era una propaganda vergonzosa, pero el mensaje es totalmente válido. El judío no es necesariamente un animal ni una plaga sólo por ser hebreo, el empresario no es por definición un demonio; aunque muchos lo sean en gran medida, pero nunca al 100%. El capitalista anticristo que hunde la sociedad por su interés egoísta no es tan distinto a todos esos pequeños capitalistas que montan un humilde negocio e hinchan los precios para que el margen de beneficio les permita comprar un piso más grande, el empresario porcino no es muy diferente a los que compramos unas Converse, el directivo petrolero que se compra un ático de un critón de dólares en Dubai sigue el mismo proceso que lleva a un funcionario a no poder ahorrar poque quiere tener un segundo coche o un apartamento en la playa, el niño negro que se muere en África es el mismo que es adoptado en Europa y quiere unas Nike, el CEO que invierte en programas sociales e intenta reducir al máximo los residuos de su industria tiene muchas cosas en común con los activistas que quieren acabar con el hambre. Es cuestión de escala. Estamos todos en lo mismo y, si unos podemos cambiar, otros también. Es la persona, no la caricatura. La idea, no el hombre.