Control de mando, he podido observar nuevas evidencias de que el sistema capitalista se acerca a su fin. Los terrícolas detestan esta economía que consideran despótica y, aunque las sublevaciones directas, espontáneas, son raras y en todo caso infructuosas, documento la existencia de ciertas corrientes subterráneas de lucha. Hay humanos que se atreven a mermar su «parte del pastel», como dicen en lenguaje político-comercial, si bien sus acciones son sutiles y en principio inocentes. Pero no cabe duda de que son la primera fase de un plan a gran escala que destruirá la civilización occidental tal y como la investigo. Es prácticamente segura la existencia de esta trama, organizada por grupúsculos, digamos células, de liberación, que cuentan con un apoyo y colaboración popular total. «Todo el mundo está en el ajo», de nuevo argot terrestre metafórico-alimenticio. Sin embargo, el miedo a que los poderes fácticos la descubran y la corten de raíz, antes de que pueda hacerles daño, parece llevar a un secretismo virtuoso que no he podido traspasar. La cortina de humo podría tener algún tipo de filtro psicológico, que haría el plan indetectable para todos aquellos que potencialmente no lo apoyarían con sinceridad e integridad total, como altos mandos y extranjeros como yo, con mi camuflaje hecho inservible por este cortafuegos. Imposible demostrar si ya disponen de la tecnología necesaria para este encubrimiento, pero todos los hechos apuntan a esa única posibilidad como despejadora de la X.
Ofrezco tres ejemplos, escogidos prácticamente al azar pues percibo varios cada día, de estas acciones de sabotaje, que tienen los objetivos, todavía a un nivel subliminal en este prólogo a la revolución, de crear confusión y de relajar los controles. El primero es cotidiano, y consiste en diferencias abruptas en los precios de productos idénticos en distintos establecimientos. Esto potencia la sensación de injusticia del sistema a diario y en la vida cotidiana. El segundo es un dato sorprendente que, recibido siempre envuelto en una capa de extrañeza y de humor, logra los objetivos arriba descritos. Sucede en la Ciudad del Vaticano, estado religioso semimedieval en el corazón de la civilización. Allí hay cajeros automáticos, dispensadores de dinero en efectivo que describí en otra ocasión. La acción subversiva consiste en que estos cajeros se comunican en una lengua desaparecida hace varios siglos, el latín, y que sólo conocen con fluidez en la actualidad apenas unos centenares de personas, y no del tipo que haría uso de aquello en aquel lugar. Habría además una intención simbólica en la elección de esta lengua para el sabotaje, ya que es la antecesora de las actuales, que estrictamente son su degeneración; se establecería un paralelismo con la cultura, implicando un afán por volver a los tiempos precapitalistas en los que se hablaba el latín. En el tercer ejemplo yo estuve inmerso de lleno. Fue ayer. Hay una cadena de alimentación llamada 100 Montaditos, que los miércoles oferta todos sus productos a un precio, superficialmente, ridículo. Estos locales se llenan de gente hambrienta y pobre, siendo un caldo de cultivo perfecto para distorsionar el sistema capitalista con discreción y efectividad. La táctica aquí consiste en aprovechar un hueco de expresión: piden el nombre del cliente para llamarlo por megafonía cuando esté listo su pedido: «X [digamos, «Borja»], por favor» es la señal. Lo interesante llega cuando, de forma ilógica, ciertas personas -efectivos de la conspiración- indican no ya un nombre falso, sino incluso sentencias fuera de lugar. Ejemplos dentro de este ejemplo de las llamadas que todo el local puede oír: «Chumino, por favor», «Feliz cumpleaños, por favor», «Buscalíos Villa, por favor; por favor, Buscalíos», «Alcorcón [localidad célebre por un caso reciente de gigantomaquia], por favor» o incluso un explícitamente subversivo «Invita la casa, por favor». La desigual comicidad generada se une al caos del vocerío, y la confusión se apodera del momento. Aparecen entonces errores en los cobros, cantidades de comida mayores a las debidas, y otras variaciones que redundan en perjuicio del sistema capitalista. Ante esta exposición, no creo que Control de mando pueda poner en duda la situación, en la que se aprecia una gran unidad en la batalla; verbigracia, la involucración en el ejemplo anterior tanto de los comensales como de los preparadores de comida a sueldo.
¿Hacia dónde se dirige todo esto? Es irremediable el triunfo, la maquinaria está en marcha y las máquinas no cometen errores. ¿Tiene el plan un fin constructivo? En principio, y con grandes lagunas de información irresolubles, parecería que la única pretensión sería la de derrocar el sistema capitalista, por considerarlo opresor. Pero no hay pistas que señalen a la intención de construir un futuro mejor, sino simplemente a la instauración de una anarquía similar a la que vivimos nosotros hace unas 17 generaciones. Es la destrucción por el ansia de quedar por encima del sistema, y en todo caso, pase lo que pase cuando todo esto acabe, la resistencia sonríe.