Defender la filosofía

Parece mentira que los filósofos sean filósofos. Son los más listos, eso es así. Pero ¿por qué no lo demuestran? ¿Por qué utilizan la retórica de los políticos o de la publicidad? El bienintencionado vídeo que pongo aquí lo ha montado la Ref para defender la filosofía, para incitar a protegerla de los cruentos ataques del poder. Su desmantelamiento en los planes educativos no es casual, ni fruto de la ignorancia. Quieren eliminarla porque conocen de sobra su fuerza. Sin embargo, para oponerse a ese discurso, los filósofos usan su misma retórica. Siempre argumentos generales y grandilocuentes: es necesaria para vivir en democracia, no es pura metafísica sino que está apegada a la mejora de la vida humana, despierta el pensamiento crítico y vigila a los poderosos, prueba a vivir en un mundo sin filosofía y verás. Bla, bla, bla. ¿De verdad así van a convencer a alguien? Y, si lo convencen, será a nivel superficial y con meros eslóganes, con las tácticas del marketing. Es decir, nadando a la contra del pensamiento. El poder va ganando porque está haciendo desaparecer las clases de filosofía, único lugar donde se la puede defender con verdadera eficacia. Aún quedan algunos espacios periodísticos y divulgativos, cada vez más reducidos y desaprovechados por los propios filósofos. Este vídeo es un buen ejemplo.

La defensa de su disciplina no es corporativismo, sino militancia consciente del increíble valor de la filosofía, que los filósofos han comprobado en sus carnes. En su vida. Entonces ¿por qué no contar su experiencia personal? Movilizar a través de la empatía y la emoción. ¿Por qué no contar ejemplos de lo que la filosofía ha hecho por la humanidad? Movilizar a través de la Historia y la razón. Explicar la grandeza de la filosofía en términos de grandeza de la filosofía sólo sirve a los conversos, a quienes ya no sirve de nada. Pueden ser palabras verdaderas pero funcionan como palabras vacías. Lo que hay que hacer es mostrar esa grandeza en marcha. Yo estoy radicalmente a favor de toda divulgación, de enseñar con ejemplos por qué algo merece de verdad la pena. A mí no me cambió la vida la filosofía porque un profesor me dijera, en la clase introductoria, que era necesaria y crítica. No. Me cambió la vida conocer la filosofía en movimiento, descubrir las relaciones entre viejas teorías y mi realidad actual cotidiana, sentir que era lo único que me ayudaba a desarrollar a fondo mi potencial intelectual. Darme cuenta de que, sí, la filosofía me hacía más listo y sensible y crítico y mejor ciudadano. Los textos de un filósofo (también los literarios o cinematográficos creados por filósofos) son, como mínimo, un escalón más profundos que los escritos por no filósofos. Un escalón más en cuanto a rigor y compromiso con lo dicho. No es infalible: hay miles de filósofos cretinos. Mala gente, egoístas. Miles dedicados a justificar y legitimar el poder o que, simplemente, miran hacia otro lado. La filosofía no garantiza la vida buena, individual o colectiva, aunque éste sea su objetivo innegociable. Pero puede facilitarlas, si se ejerce con la responsabilidad que le es implícita… la cual tiende a obviarse. Si se admite esa responsabilidad (si no se admite, no es filosofía), la filosofía obliga a pensar de verdad, independientemente de las conclusiones. Sin prejuicios. Al pensar de verdad, uno tendría que verse obligado a examinar los pensamientos de otros, a confrontarlos y comparar sus razones con las propias. Acerca al otro, une mediante la capacidad común de pensar. La filosofía ayuda, al menos, a ser más humano, en tanto obliga a trabajar por la humanidad… con la humanidad.

Filósofos: divulgad. Mostrad por qué hay que defender a muerte la filosofía. Explicádselo también a los filósofos que, tecnócratas, no han entendido nada y a duras practican algo de filosofía. Recordadles que tienen que estar al servicio del ser humano (o del mundo), no de la burocracia o el currículum. Poneos en cuestión a vosotros mismos y a la propia filosofía, aprendiendo de Antonio Valdecantos: es lectura obligatoria su miniserie «Nada más necesario que las humanidades» (I, II, III y IV). Derrotar a la filosofía con argumentos filósoficos es filosofía. Alabar a la filosofía con eslóganes es marketing.

Hago mía la frase de Álex de la Iglesia en el vídeo: si alguna vez en mi vida he pensado algo, ha sido gracias a la filosofía.

Caballero, identifíquese

Berndnaut Smilde - nimbusD'Aspremont_webgroot

La historia de la humanidad es la historia de la pérdida del sentido de la vida. La libertad de acción nos ha acorralado y sorbido la sangre. Débiles, perdidos, no sabemos qué hacer. Reprimimos un grito que pide un nuevo dictador. El camino del individuo está demasiado recorrido, así que no queremos un autoritarismo para todos, sino para cada uno. Una camisa de fuerza que nos impida decidir y que, por eso mismo, nos permita actuar. Ante la puerta de la elección vital, con cinco llaves en la mano y miles de candados esperando, no podemos rezar pidiendo ayuda. Sí podemos tirar por un escapismo racional a base de excusas. O sí podemos darnos muchos besos hasta que llegue la fecha límite (nunca explícita: es la muerte que llega inesperada), pasar mejor el rato y, de paso, olvidar tomar la decisión de decidir. Mirar hacia otro lado es la nueva liberación. Al dormir, cuando nos acordamos de dónde estamos, soñamos con que la puerta se abra sola. O esperamos una señal que rara vez llega, y si llegara no la creeríamos. Es la (destructiva o salvadora) paradoja de ser individuos nietzscheanos habitando un mundo hegeliano. La marea de la historia, sobre la que no tenemos control, nos arrastra como Gullivers gigantes. Mal educados, viviendo como náufragos amnésicos que jamás han empatizado con nadie anterior a su infancia, desconocemos que Sartre nos dio la opción de tener opción. De montarnos nuestro libro único de «Elige tu propia aventura», personalizable trampeando la mayoría de las respuestas posibles. Pero las preguntas no las podemos escoger y son insistentes. Vuelven a formularse con el tiempo si no se contestaron bien. Para hacer el camino acompañado de alguien más experimentado que tú, es recomendable copiar (si uno quiere, puede sentarse al lado del pupitre de Sartre). Sin embargo, esa compañía sólo es circunstancial. Como mucho te servirá de punto de apoyo para que llegues a tus respuestas únicas, que el otro nunca tendrá. Cuando haya que entregar el examen, recorrerás solo el camino hasta la mesa del profesor. Y se negará a corregírtelo y tú pensarás que es un profe de filosofía enrollado y luego en la ducha te darás cuenta de que en la propia respuesta está el resultado y siempre has tenido las soluciones ahí aunque, si has vivido suficiente, será demasiado tarde para borrarlas con típex. A nadie le dolerá más que a ti descubrir que has hecho tongo biográfico. [Es extraño que, a no ser que el profesor corrector seas tú mismo —que seguramente—, la conclusión lógica de esta papilla existencialista sería: y Dios te juzgará.]

Triste y desesperado, te pondrás nervioso y religioso. Los lugares comunes tranquilizadores no sirven a esas alturas. El misticismo te llevará a elaborar una fábula alegórica que huele a fósil y sin demasiada coherencia interna que, más que consolarte, sólo ahondará en tu absurdo: «Pero las rachas del viento del progreso son tan fuertes que optamos por quedarnos clavados, como un palo hierático. El viento sabe (y le da vergüenza contarlo) que el asunto pasa todo en las raíces del palo. Ahí, bajo tierra, está el fiestón del caos y de la identidad. Quien no soporta el caos, o se aburre de él, es detenido por la ley de uno mismo: caballero, identifíquese. Es usted un palo que aguanta el viento, deje de hacer nudos en las raíces que, de tanto manosear, se van a gastar. Usted no se da cuenta porque está borracho, porque no quiere mirar que no va sin frenos sino que está perfectamente encarrilado. Después de unos segundos con música de tensión y montaje entrecortado, se tensarán tanto que se romperán. Ya sin raíces, usted será sólo el palo que aguanta en superficie. Lo veo cada día, dice la ley de cada uno. Si pierde el apoyo del subsuelo, usted perderá su capacidad de decisión y quedará a merced del viento. Ya no será libre. Por el resto de su vida será un oficinista que ve tres vídeos porno al día, para lo que invierte media hora de búsqueda y selección; será una dependienta pendiente del próximo corte de pelo y de la reunión más cercana para pavonearse, en caso de que se lo corten bien y no se pasen de listos con lo de «sólo recortar las puntas»; será un matrimonio que ve el fútbol, come y recuerda (lo que pasó hace años, lo que ha pasado en su día). Seguramente a usted no le importará porque ya estará perdido, pero hay un número de personas que se dan cuenta. Son los que despiertan en una novela distópica cuando ya es demasiado tarde. Sólo quedará sufrimiento. Sólo quedará entonces ver su propia vida como un espectador, despojado incluso del mando para cambiar de canal. Reaccione, me quedan cuatro días para jubilarme. No le voy a poder ayudar después y me iré a vivir al pueblo con un buen disgusto». Vaya tela. ¿Quieres caer tan bajo que escribir esto sea tu única manera de soportar la farsa de tu vida?

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Durante los últimos cinco años has sido estudiante. Borja, estudiante. Los dos últimos, estudiante sufriente, con identidad temblorosa. Porque ya no eras un estudiante sino un poste, que miraba el viento y la lluvia (o eran lágrimas) sin poder sacar el paraguas. Sin poder cerrar los ojos. Sin poder refugiarme en unas raíces que ya habían desaparecido. Sin más perspectiva a la vista que un páramo con mal tiempo, sin opciones. Que terminaste paseando metáforas de un nivel literario propio de un grupo de speed metal. Escribir, hablar, ver esto o lo otro, viajar, trastear. ¡Nada! Sin identidad todo queda en el vacío. El poste era barnizado cada día por los operarios del lugar, que aplicaban un producto que impedía toda pregnancia. Todo lo que recibías resbalaba. Y no era absorbido por las raíces porque no había.

Algo te ilumina y pierdes el miedo y recuperas la voluntad y decides escribir en primera persona, única condición que todavía no cumplía. Borja, persona o personaje, real o ficción todo esto, experimentos textuales o autobiografía, blog de variedades o confesión. Nunca confesaré si es uno u otro; si soy ungido santo, en el futuro lo leeréis en mis diarios. Ya no soy estudiante profesional. En el purgatorio universitario me negaba a creer que existían las identidades narrativas. Y ahí estaban, como un catálogo. Sólo tenía que escoger la correcta y preguntar si había de mi talla. Y me dicen que no y luego vuelvo a casa y un día, limpiando, me encuentro un libro purgado de una biblioteca, que cogí y nunca leí. Y ahí estaba todo. Ahí estaba yo. Teoría del ensayo se llama; biografía, lo llamo. Todo lo que queda fuera del libro es lo que yo no era. No escribo cosas, no estudio, no quiero ser un académico. Soy lo que soy, y eso es un ensayista. Identidad identificada. Un ensayista de los malos, además, de los de tendencias alegoristas. Por mucho que utilice medios modernos, qué antiguo es uno.

Identificarse es refundarse. Identificarse es fundarse. Es un movimiento masoquista en el que uno se aplica sobre sí la dosis de totalitarismo que necesita para funcionar. Todo eso es mi vida y nada más. Sin identidad no hay plenitud o, lo que es lo mismo, no hay nada; así somos por el sur, o todo o cero. Vale ya de montar alegorías lloricas y de rebañar lirismos. Ahora a decir cosas y a decirlas bien. Cara a cara, cautivo y desarmado, mira mamá, soy ensayista. Soy El Ansia.