Mi libro salió

Y mi libro salió. La espina, el lomo, no sé cómo decirlo en español (menudo escritor), esa parte que queda al lado, estirada en la que pone el nombre. El mío y el del libro. Esas letras quedaron un poco pixeladas. No había podido pedir una copia de prueba y me temía el error y se dio.

No es verdad, salieron bien, pero lo que sí es cierto es que tuve pesadillas recurrentes en las que esas palabras habían salido emborronadas.

Y hasta en los malos sueños me dio igual que así fuera. Estaba escrito en negro y en rojo, como había escogido, con el tipo de fuente que me había gustado. La que pensé que me podría hacer, a mí no, a mí libro, que podía hacer parecer a mi libro y a su autor un poco hipster, un poco como de editorial indie a la que los modernos siguen en Twitter y más aún en Facebook, ya sabes cuáles digo. Una tipografía handwriting, gratuita y de licencia libre. Para mi libro, perfecta.

Tenía hasta código de barras, mi libro. Lo hizo el propio sistema de Amazon, yo solo dejé un hueco vacío para que incrustara automáticamente esa firma de rayas blancas y negras. ¡Qué cosa tan obsoleta! Recuerdo que de pequeño, antes de estar (yo) obsoleto, tuve una maquinita que leía códigos de barras y los convertía en personajes, en números, para jugar a un juego de destrucción de otros personajes por turnos. En aquel momento me pareció lo más avanzado que había visto, no solo poseído, nunca. Lo sigo pensando; que en aquel momento era hi-tech y fui afortunado de tener el Barcode Battler.

Los códigos de barras están hoy obsoletos pero se siguen utilizando. Las tipografías, así como las portadas de los productos culturales, todavía gozan de buena salud. Aunque sea en jpg.

La distancia entre un juego que escanea códigos de barras y un código QR que sirve para literalmente cualquier cosa, esa distancia es tan grande como la que hay entre el folio que entregué en 5º de EGB con el cuento de un extraterrestre asesino y el libro que publiqué yo mismo décadas más tarde, también sobre un papel (con la opción de tenerlo en papel, que no es lo mismo, que es menos aunque parezca más porque da opciones; lo de tener donde elegir es engañoso).

Todo es papel, de la misma manera que los códigos, incluso la mayoría de los QR, son en blanco y negro o, en último término, ceros y unos. Todo cero, uno.

Y mi libro no tenía mucho que ver con el alien destripador. Sí, la historia que escribió mi yo nano era de un ser que llegaba a la Tierra y se hacía amigo de un niño, imagino que mi sosías, mi proyección, y juntos se iban a eviscerar. Quizá hasta usaba la palabra «eviscerar» encontrada en algún diccionario, vívida en mi mente al leerla para mis adentros. Yo mismo dibujé algunas tripas para acompañar el texto, como hago ahora al editar algunas de mis fotos que hacen más llamativos algunos de los textos que escribo. En fin, esa espiral de ultraviolencia de mi «ello» infantil en 200 palabras anticipaba lo que fue mi libro, más de 25 años después. Con fantasmas, metafísica y un montón de ultraviolencia. Aquella historia también avisaba de que terminaría yendo al psicólogo. Así fue, entre medias de un texto y otro. Aproximadamente a la mitad.

Me vino bien. Aquel hombre, al que visité durante un año, me recomendó escribir para ponerme sano.

No es verdad, me recomendó hacer ejercicios de relajación. Ojalá me hubiera dicho que escribiera. Pero yo he seguido escribiendo igual y creo que a él, al hombre, el psicólogo, le habría parecido bien. Que hiciera un libro, aunque sea violento.

He terminado un libro. Se llama Pasará en el rascacielos y creo que no está mal. Yo lo leería y pienso que me gustaría, lejos de cambiarme la vida o el mes. Algunas personas lo van a leer, al menos diez. Al menos cincuenta leían cada texto que publicaba en internet. Me parecía poco entonces y ahora lo envidio. Echo de menos el ser leído por decenas. Pero no leían un papel, solo leían textos. ¡Chúpate esa!

El negro tinta sobre el blanco. Mi libro. Más gente leerá esto que mi libro. Pero no es para ir contando que he escrito esto y sí, durante años, durante toda mi vida, sí es para contar o que lo cuenten otros que terminé un libro y que alguna gente lo compró y lo leyó. Por cortito que sea, que lo es aunque entre unas cosas y otras tardé dos años en cerrarlo.

La verdad es que digo «mi libro» y me da igual. Palabras son.

Lo que hiciste

Nadie sabe lo que hiciste. Bueno, tú lo sabes. Te acuerdas muy bien.

Te acuerdas bastante bien de esa noche, después de beber. Esa tarde que siguió a un día estresante, estabas tan nervioso que tenías que hacer algo. Aquel raro miércoles en el que no estabas en casa, ese viernes que te quedaste porque esperabas algo y no llegaba y entonces lo propiciaste tú mismo.

Cómo olvidar la cita que preparabas con tantas ganas, el momento en el que se te vino encima la rutina de tu vida en pareja, el momento en el que te diste cuenta, las amigas con las que te apetecía salir aunque hacía frío, los amigos con los que te hubiera gustado pasar un buen rato para aprovechar que estabas bien, que todo estaba en orden. ¿Quién iba a pensar que terminarías haciendo lo que hiciste? Parece que todo apuntaba a que lo harías, visto ahora. No es que lo supieras entonces, claro.

Te acuerdas de cómo reaccionaste, de cómo no pudiste quitártelo de la cabeza durante días. Todavía hoy vuelve.

Piensas que una palabra habría cambiado todo, o que unos segundos, el llegar antes o después… Que ni pasara. ¿Y si hubieras tenido fiebre ese día? ¿Y si no la hubieras tenido? Si hubieras aprobado o suspendido el examen, hubieras hecho esa llamada, si no hubieras sacado el dinero con el que compraste lo que desencadenó la situación. Si no hubieras conocido a esas personas o visto la película que te dio la idea. ¿O la viste después y te recordó lo que habías hecho?

Sobre todo recuerdas esto, sobre todo recuerdas el ruido que había cuando lo hacías, o el viento que te soplaba en la cara, o lo asfixiante que estaba la habitación, o que necesitabas una ducha o te sentías fresco después de haberte duchado, o cómo te pesaba aquello en la mano. El coche que cruzó o no cruzó. La cámara, ¿estaba encendida? Te tortura un detalle. ¿Te oyó lo que dijiste antes? ¿Y lo que susurraste después?

No es tampoco para arrepentirse, aunque no es para estar orgulloso y por eso solo tú sabes, o recuerdas, lo que hiciste. Lo escribiste en tu diario, ¿lo habrá leído alguien?, se lo contaste a un amigo de segunda entre boom y boom, apenas lo has vuelto a ver pero tú te acuerdas, ¿se acordará él? ¿Se acordará ella? ¿Te oyó cuando lo decías? ¿Lo dijiste realmente?

¿Pasó de verdad? Por supuesto. Lo hiciste, no cabe duda.

Pero pasó y ya está. Y han pasado otras cosas después, algunas no las habrías podido evitar, o sí pero no quisiste. Has hecho mucho, ¡menos mal!, recuerdas algo.

Nadie más miraba en ese momento. Estabas solo, o con…

Nunca olvidarás la duda. La inmensa sensación de seguridad que tuviste antes de hacerlo, la plenitud o la fragilidad en el instante posterior. La soledad. Miraste a tu alrededor y te sentiste tan solo. Tan solo, después. O tan unido a los que también lo hicieron. ¿Es que no fuiste el único?

Hiciste eso. Eso, tú lo sabes. ¿Quién soy yo para venir a decírtelo? Claro que lo sabes. Lo hiciste y eso es así. Y más que harás.


[Imagen: Fire, Yoshitomo Nara]