Nico, en serio, el neocolonialismo estadounidense no es un invento de europeos paranoides, que miran para otro lado porque son demasiado cobardes para criticar sus propios males internos. Existe. Se impone por todas partes, no sólo económicamente sino también ideológicamente. Durante años, el consumo constante y repetido de los productos de los medios de masas va integrando una determinada manera de pensar en el espectador, una destinada a legitimar el poder y los modos norteamericanos. Es un bucle cada vez más agresivo y superficial de mensajes matizados y sutiles, que tienen siempre esa misma finalidad. Sin ofrecer alternativa posible y sin que se note que no se ofrece alternativa. Te conté el sábado una escena del documental The Weather Underground que me impactó especialmente: el grupo revolucionario/terrorista protagonista se ve obligado a pasar a la clandestinidad. Lo hacen con miedo porque, reflexionan, en las películas no han visto ni una sola historia en la que los criminales no sean atrapados y castigados. Pueden tardar, pero los pillarán. Y no los pillaron. Al final deciden entregarse; vivieron diez años como fugitivos activos y no consiguieron capturarlos, ¡es que ni a uno! Fíjate cómo tenían de interiorizado el discurso del miedo incluso estos radicales ultracuestionadores.
Nico, 24 o Battlestar Galactica son series arrolladoras. Son la hostia. Son apasionantes y se te llevan por delante. Pero más allá de su alto valor como entretenimiento, también son artefactos de ideologización. Muestran situaciones en las que la única opción aceptable parece estar clara: ¿cómo no matar a uno si existe la posibilidad de salvar a cien, o acabar con cien por la supervivencia de mil? Pero no es casual que lo que vemos sean siempre casos extremos, como la búsqueda de una bomba nuclear o bacteriológica, o hasta la supervivencia de la humanidad. En esos casos al límite, lo que hacen los personajes es irrechazable. Aunque al final estuvieran equivocados, han hecho lo correcto. Como en el conflicto de los submarinos de Marea roja, el utilitarismo se presenta como la única solución razonable, siempre argumentado indirectamente de forma potente y convincente. Las vías alternativas son ignoradas, descartadas o despreciadas. Siempre se dispara a matar, nunca a herir. Todo eso termina extrapolándose a la vida real, donde las circunstancias no son tan claras, radicales y apremiantes. Después de años y años de ver una y otra y otra vez esos procederes en la ficción, es normal encontrar tolerable en casos reales ese mismo utilitarismo antihumano, meramente numérico o, como mucho, despectivo de la otredad prejuzgada. ¿Cómo no aceptar que se torture a un presunto terrorista de Al Qaeda, si es probable que oculte información vital para salvar a tropas estadounidenses o a civiles inocentes, como nos han enseñado las películas? ¡Incluso en Europa se entiende! Su modalidad más fuerte sí encuentra todavía resistencia en Europa, pero ya no en Estados Unidos: ¿cómo no invadir un país con armas de destrucción masiva que es probable que nos vayan a matar a todos? Sin embargo, en la vida real los malos no son villanos de ficción, sino que son seres humanos que sufren y mueren, que son humillados por la superioridad moral (y humana) autoasumida e incuestionada del utilitarista.
Además de la apología de los fines sobre los medios, se defiende el conformismo para aquella clase media no destinada a actos heroicos ni militares. Para nosotros, tío. Juzgamos los grandes hechos y los actos de violencia, pero no participamos en ellos. Estamos en otro universo, paralelo, para el que la ideologización neoliberal proimperialista también tiene una ristra de valores que inculcar. No dejan cabos sueltos. La vida cotidiana con la que tenemos que identificarnos es representada en la ficción por Friends y otras teleseries, por todos los subproductos cómicos y melodramáticos del Hollywood más duro y de sus sucedáneos internacionales ya globalizados. Esa vida cotidiana es siempre vacía y automatizada, lo que se disimula con unas cuantas risas y lágrimas. Se transmite a veces una falsa rebeldía apaciguadora, consistente en que se permite follar antes del matrimonio y decir alguna palabrota. La disensión mostrada en los medios de masas nunca es política (y si lo es, lo es como mucho anecdótica o superficialmente), sólo hedonista. Por su parte, los formatos informativos adoptan mecanismos similares a la ficción, disminuyendo mucho el impacto del único contacto del espectador con las miserias reales. La insensibilización, por sobreexposición en los informativos y por banalización en la ficción, es una de las armas más eficaces. Y ya que te hago un recorrido algo completo, termino con los libros: la lectura también se banaliza, sus únicos recursos y funciones son adaptados de todo lo anterior.
Nico, como te dije el otro día en la barra de La Vereda, todo esto son ficciones que funcionan como babosas espaciales usurpadoras de la personalidad, disfrazadas por capas, siendo la penúltima de esas capas aparentes la de reivindicaciones absolutas de la democracia y de la libertad, ya sean militares o civiles. Son vehículos de lavado de cerebro. No necesariamente consciente por parte de sus creadores; no hay que caer en el conspiracionismo. Es sólo que esas ideologías están tan arraigadas en Estados Unidos que salen solas cuando se ponen a hacer series o películas. Los directivos de las superproductoras y de los grandes canales de televisión, no es casualidad que 24 sea de la Fox, no idean argumentos para transmitir y reforzar esas ideologías: lo que hacen es aceptar sólo aquellos proyectos que ya las tienen integradas. En síntesis, se transmiten dos valores básicos: la necesidad de la violencia, sea directa (como en las torturas o asesinatos) o indirecta (por ejemplo, la obligación de confiar ciegamente en los líderes, como en Lost), porque gracias a ella los norteamericanos, y por extensión los occidentales, podemos vivir en paz y bienestar pagando un pequeño precio; el otro es el conformismo, que mantiene una relación simbiótica e interesada con el ocio y el hedonismo. Ambos grupos de valores cumplen dos partes de una misma función: por un lado, legitimar y mantener el dominio imperialista estadounidense; por otro, ofrecer una única vía, la del entretenimiento instantáneo, que mantiene, reproduce y legitima ese mismo sistema neoliberal. No me invento todo esto. Está ahí, simplemente tienes que mirar con atención lo que pasa en el cine, en la tele y en la vida, que no deja de ser a estas alturas un medio de masas en sí misma.
Hace años me reía contigo del tipo que nos dijo que Black Hawk derribado era moralmente reprobable; hoy ya no puedo reírme de eso, porque me he dado cuenta de que tenía razón. Pero no me malinterpretes, sigo disfrutando de esas ficciones. El dominio narrativo de los que hacen el entretenimento estadounidense es total. Es difícil, y hasta poco deseable una vez metido en intensas persecuciones, explosiones y acciones límite, escapar a su poder. Por eso no te digo que haya que prohibir todos estos productos, ni siquiera hacerles boicot individual o colectivo. Sólo digo que, si uno se da cuenta de lo que hay detrás de ellos, es su deber decirlo, para que el espectador esté alerta y no le cambien la cabeza de sitio con demasiada facilidad. Tú y yo, sin ir más lejos, estamos atentos y no nos la cuelan. Podemos pasar grandes ratos con esos productos, hasta podemos reconocerles valores más allá del puro entretenimiento, porque algunos están realizados con inteligencia y plantean preguntas interesantes, aunque no nos gusten las respuestas que ellos mismos dan. Pero piensa en toooda esa gente que sólo ve esas películas, esas series, esos informativos, que sólo lee esos best-sellers. Que no conocen otra cosa. Que no tienen noticia de que puede, puede, que sean algo más que medios para pasar un buen rato. Nosotros paseamos por internet, leemos algunos libros, nos movemos en unos círculos sociales más críticos o, al menos, superficialmente alternativos; pero hay otras personas, y son mayoría. No pasa nada por ver un par de series pero, insisto, es que no son un par, es que es toda una vida viendo lo mismo, sin conocer y ni siquiera imaginar alternativa. El espectador pasivo termina siendo un sparring para la ideologización, y esta última siempre gana si no encuentra oposición. No sólo en Estados Unidos. Échale un ojo a lo que ponen aquí las televisiones: las teleseries importan, sin saber lo que hacen y de manera más esquematizada, esas situaciones en las que violencia y el cabreo priman siempre al diálogo y al intento de comprensión mutua, en las que el egoísmo y el placer propio se saltan la parte en la que hay que considerar que hay otras personas delante y a los lados. Fíjate en cómo piensa, habla, actúa la gente. Compáralo con lo que dice la última capa de disfraz de estas ficciones.