THE VOID: Ciencia y supervivencia

Una de las ventajas de la humildad asumida cuando uno hace una película del montón es que no te preocupa demasiado lo que piensen los demás. En las manos adecuadas, puede llevar a algún destello de sinceridad, sencilla pero de gran claridad. The void es una directa-a-vídeo que hace los deberes, sin pretensiones pero con conciencia de su propia dignidad. Su tema está muy visto: la ciencia fuera de control que puede terminar destruyendo la humanidad, o hasta el universo si se pone en medio. La mayoría de producciones no son más que rutinas hechas mecánicamente, aspirando a cobrar un cheque decente y alguna idea que pueda dar para una portada atractiva que llame la atención de algún incauto, o intentando cumplir los mínimos de entretenimiento suficientes para que un espectador no cambie de canal en una tarde ociosa. The void es todo eso, claro. La limitada y destajista industria a la que pertenece deja escaso margen. Pero tiene algo más: respeto. Por el espectador y por la ciencia. Ha habido un trabajo de investigación (tan sencillo que sorprende que no se haga siempre) para que lo que se presenta sea creíble. Las explicaciones sobre agujeros negros y aceleradores de partículas es no sólo verosímil, sino en buena medida incluso cierta. Nos cuentan, con unos años de antelación, la historia del terror que produjo la puesta en funcionamiento del CERN, cuando se pensaba que podría generar un pequeño agujero negro que se nos tomara de merienda. Esto no es (sólo) ciencia-ficción. Como bien se encarga la propia película de recordar, cuando se lanzó la primera prueba de la bomba atómica no estaba del todo claro el posible resultado. Algunos sospechaban que podría llegar a desencadenar una reacción de fusión en cadena del hidrógeno que incendiara la atmósfera y, en fin, nos mandara a todos a tomar por saco. Pero no quedaba otra: o se tenía la bomba, o los nazis ganaban. Y, como decía Karl Kraus: «Todo, pero no Hitler».

La historia que ofrece The void, realista bajo su capa de artesanal mediocridad, es incluso más terrorífica: que alguien se juegue el futuro del planeta no por esas necesidades heroicas, de las que de una forma o de otra depende la verdadera supervivencia de la humanidad, sino para satisfacer su orgullo personal o, hoy más creíble todavía, para conseguir brutales beneficios económicos o cualquier otro tipo de intento de lograr ventajas del inhumano sistema burocrático que rige el mundo occidental. El villano aquí es, como siempre, el bueno de Malcolm McDowell. La rigurosidad de su personaje deja que desear, pero el fondo del problema es ese y está más que bien tratado. ¿Hasta qué punto puede el hombre controlar la ciencia? Si la ciencia es un sistema falible, que lo es, ¿cuándo está moralmente justificado llegar hasta el final, cueste lo que cueste? El villano termina comprendiendo lo que se juega y su responsabilidad sobre ello y, finalmente, se redime de forma bastante razonable y no del todo ajustada al cliché. The void, por supuesto, no da respuestas (ni falta que le hace), pero la claridad y seriedad con la que expone estas grandes preguntas es difícil de encontrar en grandes producciones, más dadas al espectáculo, o en subproductos conformistas escritos por chimpancés, o incluso en un cine más artístico que, por desgracia, no suele interesarse por estos temas.

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