Lo que escribo

El Ansia son textos. Son mis textos, los de Borja, siempre impuros, nunca definitivos ni definitorios. Son materializaciones de pensamientos temporales, derivas de profundas creencias personales, son casualidades y causalidades, intuiciones que acaban en callejones sin salida o seguridades que mueren en saltos al mar abierto. Una fluida y sólida masa de la que emergen constantes por sí mismas, a menudo para mi sorpresa, que no pretenden ser tales. Es una aventura personal que quiero compartir. Es, por eso, y más allá de toda la intención comunicativa, un espacio de autodescubrimiento. El Ansia es la imperiosa necesidad de hacerme entender una parte del mundo que me enloquece en cierto momento. Al escribir, el monólogo disperso en el interior de la cabeza se concreta y se puede trabajar con él, pasa de ser soliloquio a diálogo, aunque sea un diálogo imaginario con una pantalla en blanco. Una pelea a navaja entre mi lenguaje y el cursor parpadeante. El antes disperso e inacabado monólogo se centra, se desarrolla. Y me dejo arrastrar por él, para poder llegar a nuevos lugares, gracias a que el caos que es el pensamiento flotante se solidifica y se puede leer, tocar, comer, besar.

En cierto sentido, y a pesar de que la mayoría de las ideas sobre las que escribo las tengo muy masticadas, es una versión de la escritura automática. El formato del blog es libre y lo permite, relaja la falta de compromiso, no hay más presión que la autoimpuesta y el peso de la responsabilidad toma otra forma; sólo hay compromiso con uno mismo pero, a diferencia de los documentos que se guardan en una carpeta del ordenador, el resultado desnudo lo puede ver cualquiera. Aunque haya una estructura argumental premeditada, aunque primen dos o tres ideas claras que me lleven a ponerme delante del ordenador para escribir, eso es sólo la excusa. Admito que entiendo el mundo, y mi comprensión del mundo, mucho mejor cuando escribo sobre ello. Ese premio es demasiado valioso, si se encorseta la vía que lleva a él nunca se conseguirá. Todo eso lo quiero compartir, quizá, como San Agustín, para honrar, emulándolos humildemente, a tantos autores que han horadado mi manera de ver y entender el mundo y, como San Agustín, con la esperanza de hacer yo lo mismo con algún lector despistado o interesado, aunque sea en una minúscula medida.

El Ansia es movimiento, claro. Eso es lo que hace interesante y único el formato del blog: ligereza, libertad, cambio. También es su abismo: lo que escribimos ayer con toda nuestra sangre, hoy desaparece o mañana desaparecerá. Tenga o no un gran valor, es diminuto y, por tanto, efímero. En la práctica, funciona incluso como algo más microscópico de lo que en realidad es. Es una galaxia como un grano de arena, parafraseando a Aldiss. Aunque queda lejos aquella primitiva concepción de los blogs como diarios, ¿no siguen siendo eso? El Ansia no es un diario de anécdotas, no comienza con «hoy la he vuelto a ver»; pero no deja de ser un diario intelectual, un recorrido por el camino cultural (vital) por el que paseo yo, Borja. La imagen recurrente del flâneur, que con tanta fortuna simbólica utilizó Walter Benjamin, es perfecta para describir El Ansia.

Estos textos son mis incursiones en productos culturales que me sorprenden, que me hacen sentirme vivo, que me hacen pensar (de la reducción de esto a su mínima expresión nació El hermano tonto de El Ansia). Son blitzkriegs de rápida entrada y salida en ideas que me atormentan en una época concreta. Son exploraciones sinceras de esas ideas, que a menudo terminan en experimentales porque las matizo o incluso abandono gracias a que, al haber escrito sobre ellas, he tomado distancia para valorarlas en su medida. Son furiosos raids estéticos o intelectuales o puramente físicos, que despegan desde mi mundo interior para ser transmutados mediante mis manos en una pulcra fuente de texto. Son esbozos, son fracasos y algunos son incluso clásicos para mí. Son aperturas de piernas para que entre el mundo en toda su espléndida locura.

El Ansia es profunda fugacidad. Es profunda porque pongo todo lo que tengo en cada texto que escribo. Puede que haya ingenuidad y seguro que el error desborda, pero no hay relleno. El auténtico aprendizaje no puede permitirse perder el tiempo. Lucho con mis ideas, reescribo palabras, destruyo párrafos, abandono entradas completas; ¿como todos? Para Borja, El Ansia es una profunda exigencia, aun siendo consciente de su irrelevancia. Y también es fugacidad. La naturaleza de internet es volátil y superficial. Mientras escribo, cuando he escrito, soy consciente de que difícilmente alguien podrá leer aquí uno de mis textos con tanta intensidad como la que he puesto al crearlo, sé que es complicado que se aprecien los matices por los que he peleado, como sí sucedería en la lectura atenta de un libro. Pero no importa. No cederé por esto, ¡nadie que se respete debería! El Ansia es, también, resistencia. Una guerra contra los lugares comunes, un, al menos para mí, fértil intento de ofrecer perspectivas diferentes, de dar nuevas miradas a viejas obras o de hallar y gritar cualidades de las menos habituales. Que lo consiga o no es sólo relativamente importante. Lo importante es el camino. Llevo más de diez años escribiendo en internet y, si no lo hubiera hecho, no habría escrito ni una pequeña parte de lo que he escrito, por eso siento que ahora sería sólo la mitad de persona de lo que soy. El Ansia es una de mis más importantes proyecciones al mundo. El Ansia soy yo. Mutable, constante, inconstante, siempre sincero, siempre intenso. Siempre abierto a que el mundo me siga sorprendiendo, deseando estar equivocado, admitiéndolo feliz cuando lo estoy. Es mi batalla eterna contra el cinismo, contra el dogma, contra la deshumanización. El Ansia soy yo.

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