Peliculismos (1)

Inauguro sección, siguiendo algunas de las reflexiones obsesivas, siempre fracasadas en la práctica, que he tenido tanto aquí como ¡hace 4 años y medio! en Trueque Mental. Si lo llamo «sección» es porque, aparte del imaginario toque profesionalizante, y de que invita a la regularidad (¿semanal?), me evita tener que pensar cada vez un título: pongo un numerito y ya está. Es invitador escribir rellenando un molde. ¿En qué consiste? En lo de tantas veces: decir cosas sobre cine, y sobre su relación con el mundo. Más concretamente: poner por escrito algunas ideas y apuntes sobre varias películas que haya visto o vuelto a ver en los últimos días, para que no se pierdan -las ideas- como lluvia en las lágrimas. Ni los densos textos habituales, ni la inútil simplicidad del hermano tonto de El Ansia, un punto medio que permita hilar y conservar preguntas y respuestas que me hago y hago viendo películas. Varias unidas en un mismo post, que si no queda desangelado. Probemos:

Betty (Betty, Claude Chabrol, 1992): Quizá la mejor película de Chabrol, con un dominio narrativo, sobre todo de los primeros planos, digno de levantarse y aplaudir. El creativo montaje, gracias al que progresivamente el flashback se convierte en la historia principal, despliega un mundo habitado por almas perdidas, reunidas en un bar y hotelucho que podría ser un barco a una isla de olvido. Almas perdidas no por culpa del destino, sino por identidades que les fueron impuestas y, al no poder ser satisfechas, llevaron (¿y llevan? ¿se pueden superar o sólo sustituir por otras?) a la ruina personal. Betty es obligada a ser mujer, esposa, madre, adúltera, y al mismo tiempo es obligada, tanto por los demás como por sí misma, a no serlo.

El último suspiro (Lost and delirious, Léa Pool, 2001): Historieta de lesbianas adolescentes en internado, tan mediocre como entrañable por la eficacia del siempre potente, aquí como en Física o química o en Dawson crece, romanticismo púber. ¿Cómo no va a despertar media sonrisa la insistente metáfora que, mediante aves rapaces y ratones, se hace de la falta de equilibrio en los polos de las relaciones?

Jacuzzi al pasado (Hot tub time machine, Steve Pink, 2010): La nostalgia por una época mejor es, en sí, una fuerza muerta; la nostalgia por una época simplemente porque te identificas con ella (aquí, los 80) es vacía; esta última nostalgia, falsificada y mal falsificada, sólo es soportable si el fast-forward alcanza 16x. La única razón que me pudo incitar a verla era Crispin Glover, que aporta un poco de humor oscuro de tullidos, no del todo grosero. La razón sorpresa fue encontrar a Jessica Paré, que hacía un papel majo precisamente en Lost and delirious, cuyo prometedor talento ha sido reducido por Hollywood a una breve escena en la que su función es enseñar las tetas. En Europa también se hace, claro.

El olor de la papaya verde (Mùi du du xanh, Anh Hung Tran, 1993): Antes de la explosión asiática vivida a comienzos del siglo XXI, en los 90 hubo una pequeña avanzadilla de cine oriental de la que Anh Hung Tran, junto a Zhang Yimou, fue paladín. Permitió la visión tranquilizadora de que las películas que se hacían en un difuso y genérico «Oriente» no eran una amenaza, sino que entonaban con buen gusto un agradable clasicismo. Los tintes políticos quedaban diluidos en un esplendoroso esteticismo humanista. En este caso, los estupendos travellings horizontales minimizan los apuntes argumentales de las relaciones de poder y sumisión, que quedan como anécdotas, ¡incluso como anécdotas simpáticas! Pese a esto, un placer visual y sonoro, como un sabroso plato de brillante papaya preparado con oficio.

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